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sábado, 24 de julio de 2010

El sapo de río y la caracola de mar



El sapo de río y la caracola de mar

En el lugar más lindo del mapa había un río.
Un río que corría feliz entre las piedras; un río azul o celeste y a veces verde.
Nunca se sabía de qué color iba a estar el río al día siguiente, ni siquiera se podía saber a ciencia cierta de qué color iba a estar dentro de dos horas; porque eso dependía del sol y el sol es un poco caprichoso.
A veces iluminaba las aguas más de un lado que del otro y a veces más del otro que de éste, entonces el río parecía un tigre lleno de rayas de diferentes colores, que se estiraban para todos lados.
En el río azul, celeste o verde (como más les guste) vivía un sapo que de tantos años de vivir en el mismo lugar, se había hecho amigo de casi todos sus vecinos.
Entre ellos estaban las tres hormigas Negra, Negrusa y Negrona (que habían hecho su casa abajo de una planta grande); la lagartija Juana (a la que una vez alguien le cortó la cola pero que por suerte le volvió a crecer después que la puso en remojo) y algunos pájaros que cantaban mientras el agua azul, celeste y verde corría hacia quién sabe dónde.
Una tarde el sapo se había subido a un tronco que flotaba en el agua y cantaba feliz, porque había llegado la primavera.
—Las mariposas vuelan, el sol se levanta alegre, los pajaritos cantan, la lluvia así se espanta...
Tan distraído estaba con su canción que no se dio cuenta que el río corría como siempre y el tronco corría también.
—Los gusanitos bailan, las flores se despiertan los pececitos saltan, la lluvia así se espanta...
De pronto, al pasar cerca de unas piedras que formaban una cascada, el río tomó mucha velocidad y el sapo asustado dejó de cantar y se agarró fuerte de la única rama que tenía el tronco.
—¡Ay! ¡Aya ayaaaa! —comenzó a gritar. Pero nadie lo oía porque él ya estaba muy lejos de su casa.
Un gigante enorme lo envolvió entre sus brazos y en menos que canta un gallo, lo tiró muy lejos.
Sapo de Río cerró los ojos bien fuerte porque no quería ver y plín, purupúm, plón, cayó sobre la tierra dando un fuerte golpe.
Mientras el sapo veía todas las estrellas del cielo juntas oyó una voz a sus espaldas.
—¿Pero qué es esto que ven mis ojos?
—¡Por favor, por favor señor gigante no me coma! Mire que soy tan chiquito que no le voy a servir para nada —dijo el sapo sin abrir ni un poco así los ojos.
—Pero yo no te voy a comer porque no como sapos y además ¿de qué gigante estás hablando? Yo no veo ninguno cerca —dijo la voz.
El sapito tomó coraje y espió un poco para ver qué pasaba.
Estaba sentado sobre un montón de arena y frente a él bailaban dos palmeras al ritmo del viento.
Entonces se animó y abrió los ojos del todo para mirar mejor.
La que hablaba era una caracola, y al sapo le pareció muy hermosa; su cuerpo era de un color rosa suave, tan suave que parecía transparente y sus ojos brillaban como dos piedras lustradas. —Yo soy Caracola de Mar, ¿y vos?
—Yo soy Sapo de Río para lo que guste mandar —dijo el sapo que al fin de cuentas era un caballero.
De pronto el sapo recordó cómo había llegado hasta ese lugar.
—¿Y el gigante adónde se escondió?
—¡Y dale con el gigante! ¿Pero de qué gigante hablás?
—Hablo de ese que me agarró por atrás sin darme tiempo a nada, parecía todo de agua y con brazos de espuma.
La caracola empezó a reír y su risa parecía una campanita.
Con su voz dulce, le contó a Sapo de Río que estaban en la orilla del mar y que seguro una ola traviesa lo había empujado hasta tirarlo sobre la arena.
Durante el resto del día, la caracola y el sapo charlaron sin parar.
Al sapo le costaba entender que por haber navegado y navegado sobre un río había llegado al mar, pero la caracola miraba a lo lejos y repetía:
—Todos los ríos van al mar...
Entonces él, para no llevar la contra, decía:
—Es verdad... —y dejaba escapar un suspiro para que su respuesta pareciera más interesante.
Después de un rato de caminar y charlar, la caracola le dijo al sapito que por qué no se quedaba unos días y el sapo pensó que unas vacaciones no le hacen mal a nadie, entonces aceptó la invitación.
Al día siguiente, mientras paseaban por la playa, la caracola le presentó algunos amigos.
Así fue como Sapo de Río conoció a la Señora Roca de Arena que se deshacía de amor por el viento; a la estrellita de mar Miricundis, que venía de una familia muy refinada y a los hermanos Tolomeo y Cucusleto, que eran hipocampos o para hacerla más fácil, caballitos de mar.
A Sapo de Río le causaba mucha risa hablar con ellos, porque ante cualquier pregunta contestaban a coro:
—Veremos, veremos, después lo sabremos.
Entonces el sapo, a propósito, se la pasaba pregunta que te pregunta. —Hoy el sol ¿saldrá por la derecha o por la izquierda?
—Veremos, veremos, después lo sabremos...
—¿La luvia caerá de arriba para abajo o de abajo para arriba?
—-Veremos, veremos, después lo sabremos...
Y así Sapo de Río y Caracola de Mar se reían a carcajadas.
Pero un día pasó lo que en algún momento tenía que pasar.
El sol no salió ni por la derecha ni por la izquierda, ni de arriba para abajo ni de abajo para arriba.
Entonces el cielo se puso gris, la arena más húmeda que nunca y el viento resopló sin parar.
Después, con un solo relámpago y sin pedir permiso, apareció la lluvia.
Sapo de Río y Caracola de Mar se refugiaron atrás de una piedra grande y pusieron sobre sus cabezas una hoja de palmera que habían encontrado en la playa.
Algo raro pasaba, porque ninguno de los dos hablaba; parecía que el viento se había llevado todas las palabras muy lejos.
De pronto el sapo sintió unas cosquillas en su pecho, cerca del corazón, y sin pensarlo dos veces empezó a tararear:
—Las mariposas vuelan, el sol se levanta alegre, los pajaritos cantan, la lluvia así se espanta...
Pero no pudo seguir cantando porque un nudito le apretaba la garganta.
Para disimular dejó escapar un suspiro.
—Ah... qué será de mis amigas Negra, Negrusa y Negrona. ¿Habrán terminado por fin su casa?.
—Parece que va a seguir lloviendo —contestó la caracola mirando cómo el mar y el cielo se abrazaban.
—Ah... —volvió a decir el sapo—. ¿Cómo estará la lagartija Juana? ¿Le habrá crecido la cola lo suficiente?
—Tal vez salga el arco iris... —dijo la caracola—. Me encanta el arco iris...
—Ah —suspiró más fuerte el sapo—. ¿De qué color estará hoy mi río, azul, celeste o verde?
Esta vez la caracola no pudo responder porque las palabras se le habían hecho un ovillo adentro de la boca. Los que saben dicen que cuando llueve el mar se pone triste y contagia su tristeza al que lo mira.
¿Sería por eso que la caracola tenía ganas de llorar?
Después de uno o dos días, la lluvia se fue sin hacer ruido y Sapo de Río decidió que ya era hora de volver a su casa.
A la caracola le costó un poco entender esta decisión, pero lo pensó y se dió cuenta que extrañar es una cosa seria, así que fue ella misma la que habló con la Ballena Tita, para que llevara al sapito de regreso a su casa.
El día de la partida, todos estaban en la playa.
La estrella de Mar Miricundis agitaba en el aire un pañuelo blanco con puntilla de algas.
La señora Roca de Arena hacía fuerza para no soltar ni una lágrima porque a ella las despedidas la hacían llorar y si lloraba se deshacía y si se deshacía estaba lista.
Y los hermanos Tolomeo y Cucusleto que casi llegan tarde porque la corriente los empujaba para otro lado.
—Bueno llegó la hora de irme —dijo Sapo de Río.
—Te voy a extrañar —dijo la caracola poniéndose colorada.
—Yo también te voy a extrañar, espero que algún día puedas conocer mi río; no sabés lo lindo que es, con flores en la orilla y muchos árboles alrededor.
La Ballena Tita hizo sonar el silbato que anunciaba la partida.
—Bueno, adiós —dijo el sapo.
—¡Adiós y buen viaje! —dijo la caracola agitando su manito en el aire.
Plif, ploff, plaff, la ballena se fue hacia las aguas profundas, con el Sapo de Río a cuestas.
—¿Nos volveremos a ver? —alcanzó a preguntar el sapo mientras la ballena nadaba entre las olas.
—Veremos, veremos, después lo sabremos —gritaron Tolomeo y Cucusleto.
Entonces todos se rieron a carcajadas, y el mar se puso contento porque, dicen los que saben, que la felicidad también es contagiosa.


Autor: Samy Bayala
Ilustrado por Alexiev Gandman


Fuente: La biblio de los chicos (http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca)

viernes, 16 de julio de 2010

Abuelita


ABUELITA
 
Quién subiera tan alto
como la luna
para ver las estrellas
una por una,
y elegir entre todas
la más bonita
para alumbrar el cuarto
de mi abuelita.

Fuente: www.leemeuncuento.com.ar

Torta Tasha de Backyardigans (Para No expertas)

Torta Tasha de Backyardigans

Para NO expertas en repostería, como yo.




Yo no soy una experta en repostería y no dispongo de mucho tiempo libre, pero quería que la torta del cumple de mi nena estuviera hecha por mi y que además a ella le gustara, así que me ideé esta forma sencilla de poder poner su personaje favorito sin enloquecerme ni frustrarme por que no me saliera. Espero que les sirva.
Ustedes pueden por supuesto, alterar los gustos, del bizcochuelo y también del relleno o la mermelada, incluso pueden elegir otro personaje que sea del agrado de su bebé y realizarlo con esta misma técnica. Yo la hice a gusto del paladar de mi Cori y le encantó. Suerte y si la hicieron o si tienen alguna duda dejen un comentario.  


Necesitamos:

1 Bizcochuelo de vainilla
Dulce de leche (cant necesaria)
Galletitas de chocolate (yo usé Chocolinas)
Leche saborizada con polvo de frutilla
Mermelada de frutilla
Granas verdes
Entre 250gr y ½ Kg. Masa de pastillaje o fondant (La de cubrir tortas, no la de modelar)
Colorantes rojo y amarillo
Florcitas de azúcar
Bolitas negras de cotillón para ojos
Velita de cumpleaños



Decoración en pastillaje:

Conseguir un dibujo de Tasha, el que nos guste, lo podemos bajar de Internet e imprimirlo o en cualquier librito para pintar de nuestros hijos, podemos sacarle una fotocopia. Ojo midan el tamaño del dibujo para que quede centrado en la torta a 2 cm del borde aproximadamente. También busquen una mariposa y una flor si no se animan a dibujarlas Uds.
Preparar un poco de la masa de pastillaje con colorante amarillo y ponerle una pizca de rojo para que no sea muy canario, con este color haremos los brazos, piernas y cara de Tasha, estirar la masa con palote, colocar el dibujo encima y marcar con un palillo el contorno y líneas de la cara, retirar el dibujo, y cortar con cuchillo o tijerita y remarcar las líneas con el palillo para que se vean mas profundas. Repetir luego esta operación con brazos y piernas, marcar y cortar de a una pieza por vez, para que no se deformen las otras.
Preparar masa con rojo y amarillo y hacer un naranja fuerte para el vestido colocar el dibujo marcar y cortar, no es necesario calar las flores, realicen el vestido todo entero, y luego con masa naranja mas clara cortar las flores y pegarlas sobre el vestido, quedan lindas con relieve.
Los zapatos los pueden hacer con masa roja y los ojos con masa blanca y bolitas negras para ojos que se compran en la casa de cotillón, para que no tengan que comprar colorante negro solo para eso.
Una vez terminada la preparación de la torta, sobre la mermelada untada ir colocando las piezas de Tasha una a una, no conviene armarla toda y luego pegarla. Para pegar los ojos y las flores del vestido mojen con el dedo con agua una de las partes, para que se unan. Una vez hecho esto, con la punta de un palillo apenas manchado de colorante rojo marquen las pestañas, las cejas, la línea de la boca, nariz y las de las orejitas.
El procedimiento que usamos para hacer a Tasha sirve para la mariposa y la flor, los colores y formas los dejo a su imaginación. Sobre el centro de la flor colocaremos la velita. 


Preparación de la Torta:

Preparar o comprar bizcochuelo, en este caso yo utilicé de vainilla. Cortar por la mitad, mojar la parte inferior con leche saborizada de frutilla.
Preparar galletitas de chocolate en trocitos mojadas con un poquito de leche y mezclar con dulce de leche, con esta preparación cubrir la mitad inferior del bizcochuelo y tapar con la parte superior. Mojar un poquito nuevamente con la leche saborizada.
Calentar a baño maría mermelada de frutilla rebajándola con un poquito de agua hirviendo, tiene que quedar casi liquida porque es sólo para poder pegar la decoración en la superficie.
Cubrir el bizcochuelo con la mermelada, colocar la decoración de pastillaje y las florcitas de cotillón, y luego cubrir el resto con grana verde para simular el pasto, tratando que la grana no quede sobre el resto de la decoración.
Colocar la velita, sacarle una foto y Feliz, Feliz en tu día!!!!!!!!
 

Galletitas con chispas de chocolate

 Galletitas con chispas de chocolate
 
Ingredientes:
* 250 g de manteca
* 1 taza de azúcar
* 2 huevos
* 1 cdita de extracto de vainilla
* 2 y 1/2 tazas de harina leudante
* 1 pizca de sal
* 4 tabletas de chocolate para taza





Preparación:
Cortar la manteca en cuadraditos para ablandarla, la mezclamos con azúcar y batimos hasta que quede cremoso.
Agregar los huevos de a 1 y e ir mezclando hasta que quede todo bien integrado.
Agregamos la sal y la harina de a poco revolviendo con cuchara de madera para que no se formen grumos. Al final amasar con las manos y agregar el chocolate cortado en trocitos, mezclar bien para distribuir las chispas.
Darle a la masa forma cilindrica y colocar en la heladera unos 15 o 20 minutos para que la masa tome consistencia al enfriarse la manteca.
Enmantecar y enharinar una fuente para horno.
Cortar el cilindro en rodajas y acomodarlas en la fuente enmantecada, llevar a horno moderado durante 10 a 20 minutos, cuando esten medianamente doraditas se pueden retirar, El horno debe estar precalentado a 180º (encenderlo cuando comenzamos la preparación).


La guitarrita roja













La guitarrita roja

¿Sabías que las notas musicales se llaman: DO RE MI FA SOL LA SI?
Es importante que lo sepas para poder entender lo que te voy a contar.
¿Y qué te voy a contar? Lo que le pasó una vez al grillito Ignacio.
El día que Ignacio cumplió años, sus amigos le hicieron hermosos regalos, pero de todos, el que más le gustó fue la guitarra que le trajo el gusanito Esteban.
Era preciosa, de color rojo y adornada con estrellitas. Jamás existió una guitarra igual pero… ¿Sabés una cosa? Por más que Ignacio la tocaba y tocaba ¡no salía ningún sonido!, ninguna nota musical salía para buscar a otra nota y así, tomadas de las manos formar melodías en el aire…
—¡No puede ser! —gritó Esteban—. ¡La compré nueva!
—¡Vino fallada! —dijo Ignacio con ganas de ponerse a llorar— ¿Y ahora?
—Ahora… ahora… ¡Yo lo voy a solucionar! Esperame que dentro de un ratito vuelvo —afirmó Esteban y se fue.
El gusanito buscó una bolsa y dispuesto a encontrar notas musicales empezó a caminar por todos lados.
De pronto se encontró con un canario que cantaba desde su jaula, una canción preciosa.
Esteban se acercó y le preguntó:
—Señor canario, ¿me regala una nota musical para la guitarra de
Ignacio que no suena?
—¡Cómo no! ¡Tomá dos! —le dijo y le regaló un DO y un RE.
—¡Gracias! —dijo Esteban, puso las notas en la bolsita y siguió su camino.
Al ratito nomás se encontró con una cigarra. Parada sobre una rama cantaba y cantaba…
—¡Oiga, Doña Cigarra! ¿Me regala una nota musical para la guitarra de Ignacio que no suena?
—¡Cómo no! ¡Te doy dos! —y le regaló un MI y un FA.
Requetecontento el gusanito las guardó en la bolsa y siguió caminando.
De pronto, pasó al lado de un grillo que estaba cantándole una canción a su novia…
—Señor Grillo —dijo Esteban—. ¿Me regala una nota musical para la guitarra de Ignacio que no suena?
—¡Cómo no!, pero una sola porque esta canción me tiene que salir preciosa…
¡Te regalo un SOL!
—¡Gracias! —dijo Esteban. La guardó y se fue enseguida (para no molestar).
“¡Sólo faltan dos notas! ¿Quién me las dará? ¿Quién me las dará?”, pensaba
Esteban. Pensaba… pensaba…
De pronto escuchó salir de una ventana una dulcísima canción de cuna.
Esteban se asomó y vio a una mamá que cantaba para que su bebé se durmiera.
Las notas de la canción flotaban por el aire y sobre la cabeza del gusanito.
En voz baja Esteban les preguntó:
—Señoritas Notas, ¿alguna de ustedes puede venir a vivir a la guitarra de Ignacio que no suena?
—¡Vamos nosotras dos! —dijeron un LA y un SI, y se acomodaron solas dentro de la bolsa.
—¡Listo! ¡No falta ninguna! —dijo feliz Esteban y salió corriendo en puntas de pie.
Mientras tanto, Ignacio se había quedado dormido esperando a su amigo.
Esteban aprovechó y abrió la bolsa. Las siete notas musicales se acomodaron una por una en las cuerdas de la guitarra. Y así termina este cuento.
¡Ah! Si alguna noche calurosa, abrís tu ventana y escuchás la canción de un grillo, seguro pero seguro, que es Ignacio con su guitarrita roja.



Autor: Edith Mabel Russo
Ilustrado por Douglas Wright
Fuente: La biblio de los chicos (http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca)

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Canción para dormir

Canción para dormir

Ya se duerme el niño...
Bajo su ventana
dos pícaros grillos
cantan una nana.
A la linda nana
ya se está durmiendo...
que ruede la luna
que lo haga en silencio.
A la linda nana
de ojitos cerrados,
el sueño más lindo
se arropó a su lado.
A la linda nana
que ya se durmió,
la última estrella
recién se prendió.

EDITH MABEL RUSSO
Fuente: www.leemeuncuento.com.ar

Duende del sueño


Duende del sueño

Todas las noches
encendiendo estrellas,
un duende sin coche,
las hace más bellas.
Recoge las nubes,
todas, una a una,
y en silencio sube
a encender la luna.
Y con terciopelo
de oscuros retazos,
nos arropa el cielo
que arrulla en brazos.
Pasa el cerrojo
sobre las pestañas
y esconde los juegos
tras las montañas.
Enciende el silencio
¡… Shhh…! Apaga la luz.
Sin contar ovejas
te has dormido tú.

© Zandra Montañez Carreño
Fuente: www.leemeuncuento.com.ar

jueves, 15 de julio de 2010

Un mundo ideal (Aladdin)

Un mundo ideal
(Aladdin)











ALADDÍN:
Yo te quiero enseñar
Este mundo espléndido
Ven Princesa y deja a tu corazón soñar
Yo te puedo mostrar
Cosas maravillosas
Con la magia de mi alfombra vamos a volar
Un mundo ideal
Será fantástico encontrar
Nadie que diga no o a donde ir
a aquellos que se aman

YASMÍN:
Un mundo ideal
Tan deslumbrante y nuevo
Donde ya vi al subir con claridad
Que ahora en un mundo ideal estoy
Que ahora en un mundo ideal estoy
Fabulosa visión
Sentimiento divino
Baja y sube y vuela
hacia celestial region
Voy volando contigo

Un mundo ideal

ALADDÍN:
Mira bien lo que hay

YASMÍN:
Alli mil cosas voy a ver

ALADDÍN:
Conteniendo el aliento

YASMÍN:

Soy como azul estrella que se va
Y nunca será igual ya otra vez

ALADDÏN:
Un mundo ideal


YASMÍN:
Cada vuelta es sorpresa

ALADDÍN:
Un horizonte nuevo a abrir

YASMÍN:
Cada instante un relato

AMBOS:
Hay que seguir sin fín, hasta el confin,
Juntos en un mundo tu y yo

ALADDÍN:
Un mundo ideal

YASMÍN:
Un mundo ideal

ALADDÍN:
Que compartir

YASMÍN:
Que compartir

ALADDÍN:
Que alcanzar

YASMÍN:
Que contemplar

AMBOS:
Tu junto a mí

miércoles, 14 de julio de 2010

La Cenicienta

La Cenicienta

Autor: Charles Perrault



Había una vez un gentilhombre que se casó en segundas nupcias con una mujer, la más altanera y orgullosa que jamás se haya visto. Tenía dos hijas por el estilo y que se le parecían en todo.

El marido, por su lado, tenía una hija, pero de una dulzura y bondad sin par; lo había heredado de su madre que era la mejor persona del mundo. Junto con realizarse la boda, la madrastra dio libre curso a su mal carácter; no pudo soportar las cualidades de la joven, que hacían aparecer todavía más odiables a sus hijas. La obligó a las más viles tareas de la casa: ella era la que fregaba los pisos y la vajilla, la que limpiaba los cuartos de la señora y de las señoritas sus hijas; dormía en lo más alto de la casa, en una buhardilla, sobre una mísera pallasa, mientras sus hermanas ocupaban habitaciones con parquet, donde tenían camas a la última moda y espejos en que podían mirarse de cuerpo entero. La pobre muchacha aguantaba todo con paciencia, y no se atrevía a quejarse ante su padre, de miedo que le reprendiera pues su mujer lo dominaba por completo.

Cuando terminaba sus quehaceres, se instalaba en el rincón de la chimenea, sentándose sobre las cenizas, lo que le había merecido el apodo de Culocenizón. La menor, que no era tan mala como la mayor, la llamaba Cenicienta; sin embargo Cenicienta, con sus míseras ropas, no dejaba de ser cien veces más hermosa que sus hermanas que andaban tan ricamente vestidas.

Sucedió que el hijo del rey dio un baile al que invitó a todas las personas distinguidas; nuestras dos señoritas también fueron invitadas, pues tenían mucho nombre en la comarca. Helas aquí muy satisfechas y preocupadas de elegir los trajes y peinados que mejor les sentaran; nuevo trabajo para Cenicienta pues era ella quien planchaba la ropa de sus hermanas y plisaba los adornos de sus vestidos. No se hablaba más que de la forma en que irían trajeadas.

—Yo, dijo la mayor, me pondré mi vestido de terciopelo rojo y mis adornos de Inglaterra.

—Yo, dijo la menor, iré con mi falda sencilla; pero en cambio, me pondré mi abrigo con flores de oro y mi prendedor de brillantes, que no pasarán desapercibidos.


Manos expertas se encargaron de armar los peinados de dos pisos y se compraron lunares postizos. Llamaron a Cenicienta para pedirle su opinión, pues tenía buen gusto. Cenicienta las aconsejó lo mejor posible, y se ofreció incluso para arreglarles el peinado, lo que aceptaron. Mientras las peinaba, ellas le decían:

— Cenicienta, ¿te gustaría ir al baile?

—Ay, señoritas, os estáis burlando, eso no es cosa para mí.

—Tienes razón, se reirían bastante si vieran a un Culocenizón entrar al baile..


Otra que Cenicienta las habría arreglado mal los cabellos, pero ella era buena y las peinó con toda perfección.

Tan contentas estaban que pasaron cerca de dos días sin comer. Más de doce cordones rompieron a fuerza de apretarlos para que el talle se les viera más fino, y se lo pasaban delante del espejo.

Finalmente, llegó el día feliz; partieron y Cenicienta las siguió con los ojos y cuando las perdió de vista se puso a llorar. Su madrina, que la vio anegada en lágrimas, le preguntó qué le pasaba.

—Me gustaría... me gustaría...

Lloraba tanto que no pudo terminar. Su madrina, que era un hada, le dijo:

—¿Te gustaría ir al baile, no es cierto?

—¡Ay, sí!, dijo Cenicienta suspirando.

—¡Bueno, te portarás bien!, dijo su madrina, yo te haré ir.

La llevó a su cuarto y le dijo:

—Ve al jardín y tráeme un zapallo.


Cenicienta fue en el acto a coger el mejor que encontró y lo llevó a su madrina, sin poder adivinar cómo este zapallo podría hacerla ir al baile. Su madrina lo vació y dejándole solamente la cáscara, lo tocó con su varita mágica e instantáneamente el zapallo se convirtió en un bello carruaje todo dorado.

En seguida miró dentro de la ratonera donde encontró seis ratas vivas. Le dijo a Cenicienta que levantara un poco la puerta de la trampa, y a cada rata que salía le daba un golpe con la varita, y la rata quedaba automáticamente transformada en un brioso caballo; lo que hizo un tiro de seis caballos de un hermoso color gris ratón. Como no encontraba con qué hacer un cochero:


—Voy a ver, dijo Cenicienta, si hay algún ratón en la trampa, para hacer un cochero.

—Tienes razón, dijo su madrina, anda a ver.

Cenicienta le llevó la trampa donde había tres ratones gordos. El hada eligió uno por su imponente barba, y habiéndolo tocado quedó convertido en un cochero gordo con un precioso bigote. En seguida, ella le dijo:

—Baja al jardín, encontrarás seis lagartos detrás de la regadera; tráemelos.

Tan pronto los trajo, la madrina los trocó en seis lacayos que se subieron en seguida a la parte posterior del carruaje, con sus trajes galoneados, sujetándose a él como si en su vida hubieran hecho otra cosa. El hada dijo entonces a Cenicienta:

—Bueno, aquí tienes para ir al baile, ¿no estás bien aperada?


—Es cierto, pero, ¿podré ir así, con estos vestidos tan feos?

Su madrina no hizo más que tocarla con su varita, y al momento sus ropas se cambiaron en magníficos vestidos de paño de oro y plata, todos recamados con pedrerías; luego le dio un par de zapatillas de cristal, las más preciosas del mundo.

Una vez ataviada de este modo, Cenicienta subió al carruaje; pero su madrina le recomendó sobre todo que regresara antes de la medianoche, advirtiéndole que si se quedaba en el baile un minuto más, su carroza volvería a convertirse en zapallo, sus caballos en ratas, sus lacayos en lagartos, y que sus viejos

vestidos recuperarían su forma primitiva. Ella prometió a su madrina que saldría del baile antes de la medianoche. Partió, loca de felicidad.


El hijo del rey, a quien le avisaron que acababa de llegar una gran princesa que nadie conocía, corrió a recibirla; le dio la mano al bajar del carruaje y la llevó al salón donde estaban los comensales. Entonces se hizo un gran silencio: el baile cesó y los violines dejaron de tocar, tan absortos estaban todos contemplando la gran belleza de esta desconocida. Sólo se oía un confuso rumor:

—¡Ah, qué hermosa es!

El mismo rey, siendo viejo, no dejaba de mirarla y de decir por lo bajo a la reina que desde hacía mucho tiempo no veía una persona tan bella y graciosa.

Todas las damas observaban con atención su peinado y sus vestidos, para tener al día siguiente otros semejantes, siempre que existieran telas igualmente bellas y manos tan diestras para confeccionarlos.


El hijo del rey la colocó en el sitio de honor y en seguida la condujo al salón para bailar con ella. Bailó con tanta gracia que fue un motivo más de admiración.

Trajeron exquisitos manjares que el príncipe no probó, ocupado como estaba en observarla. Ella fue a sentarse al lado de sus hermanas y les hizo mil atenciones; compartió con ellas los limones y naranjas que el príncipe le había obsequiado, lo que las sorprendió mucho, pues no la conocían. Charlando así estaban, cuando Cenicienta oyó dar las once tres cuartos; hizo al momento una gran reverenda a los asistentes y se fue a toda prisa.

Apenas hubo llegado, fue a buscar a su madrina y después de darle las gracias, le dijo que desearía mucho ir al baile al día siguiente porque el príncipe se lo había pedido. Cuando le estaba contando a su madrina todo lo que había sucedido en el baile, las dos hermanas golpearon a su puerta; Cenicienta fue a abrir.

—¡Cómo habéis tardado en volver! les dijo bostezando, frotándose los ojos y estirándose como si acabara de despertar; sin embargo no había tenido ganas de dormir desde que se separaron.

—Si hubieras ido al baile, le dijo una de las hermanas, no te habrías aburrido; asistió la más bella princesa, la más bella que jamás se ha visto; nos hizo mil atenciones, nos dio naranjas y limones.

Cenicienta estaba radiante de alegría. Les preguntó el nombre de esta princesa; pero contestaron que nadie la conocía, que el hijo del rey no se conformaba y que daría todo en el mundo por saber quién era. Cenicienta sonrió y les dijo:

—¿Era entonces muy hermosa? Dios mío, felices vosotras, ¿no podría verla yo? Ay, señorita Javotte, prestadme el vestido amarillo que usáis todos los días.

—Verdaderamente, dijo la señorita Javotte, ¡no faltaba más! Prestarle mi vestido a tan feo Culocenizón tendría que estar loca.

Cenicienta esperaba esta negativa, y se alegró, pues se habría sentido bastante confundida si su hermana hubiese querido prestarle el vestido.


Al día siguiente, las dos hermanas fueron al baile, y Cenicienta también, pero aún más ricamente ataviada que la primera vez. El hijo del rey estuvo constantemente a su lado y diciéndole cosas agradables; nada aburrida estaba la joven damisela y olvidó la recomendación de su madrina; de modo que oyó tocar la primera campanada de medianoche cuando creía que no eran ni las once.

Se levantó y salió corriendo, ligera como una gacela. El príncipe la siguió, pero no pudo alcanzarla; ella había dejado caer una de sus zapatillas de cristal que el príncipe recogió con todo cuidado.

Cenicienta llegó a casa sofocada, sin carroza, sin lacayos, con sus viejos vestidos, pues no le había quedado de toda su magnificencia sino una de sus zapatillas, igual a la que se le había caído.

Preguntaron a los porteros del palacio si habían visto salir a una princesa; dijeron que no habían visto salir a nadie, salvo una muchacha muy mal vestida que tenía más aspecto de aldeana que de señorita.

Cuando sus dos hermanas regresaron del baile, Cenicienta les preguntó si esta vez también se habían divertido y si había ido la hermosa dama. Dijeron que si, pero que había salido escapada al dar las doce, y tan rápidamente que había dejado caer una de sus zapatillas de cristal, la más bonita del mundo; que el hijo del rey la había recogido dedicándose a contemplarla durante todo el resto del baile, y que sin duda estaba muy enamorado de la bella personita dueña de la zapatilla. Y era verdad, pues a los pocos días el hijo del rey hizo proclamar al son de trompetas que se casaría con la persona cuyo pie se ajustara a la zapatilla.

Empezaron probándola a las princesas, en seguida a las duquesas, y a toda la corte, pero inútilmente. La llevaron donde las dos hermanas, las que hicieron todo lo posible para que su pie cupiera en la zapatilla, pero no pudieron. Cenicienta, que las estaba mirando, y que reconoció su zapatilla, dijo riendo:

—¿Puedo probar si a mí me calza?

Sus hermanas se pusieron a reír y a burlarse de ella. El gentilhombre que probaba la zapatilla, habiendo mirado atentamente a Cenicienta y encontrándola muy linda, dijo que era lo justo, y que él tenía orden de probarla a todas las jóvenes. Hizo sentarse a Cenicienta y acercando la zapatilla a su piececito, vio que encajaba sin esfuerzo y que era hecha a su medida.

Grande fue el asombro de las dos hermanas, pero más grande aún cuando Cenicienta sacó de su bolsillo la otra zapatilla y se la puso. En esto llegó la madrina que, habiendo tocado con su varita los vestidos de Cenicienta, los volvió más deslumbrantes aún que los anteriores.

Entonces las dos hermanas la reconocieron como la persona que habían visto en el baile. Se arrojaron a sus pies para pedirle perdón por todos los malos tratos que le habían infligido. Cenicienta las hizo levantarse y les dijo, abrazándolas, que las perdonaba de todo corazón y les rogó que siempre la quisieran.


Fue conducida ante el joven príncipe, vestida como estaba. Él la encontró más bella que nunca, y pocos días después se casaron. Cenicienta, que era tan buena como hermosa, hizo llevar a sus hermanas a morar en el palacio y las casó en seguida con dos grandes señores de la corte.





MORALEJA


En la mujer rico tesoro es la belleza, el placer de admirarla no se acaba jamás; pero la bondad, la gentileza

la superan y valen mucho más.

Es lo que a Cenicienta el hada concedió a través de enseñanzas y lecciones tanto que al final a ser reina llegó (Según dice este cuento con sus moralizaciones).


Bellas, ya lo sabéis: más que andar bien peinadas os vale, en el afán de ganar corazones que como virtudes os concedan las hadas bondad y gentileza, los más preciados dones.



OTRA MORALEJA

Sin duda es de gran conveniencia nacer con mucha inteligencia, coraje, alcurnia, buen sentido y otros talentos parecidos,

Que el cielo da con indulgencia; pero con ellos nada ha de sacar en su avance por las rutas del destino

quien, para hacerlos destacar, no tenga una madrina o un padrino.