Rapunzel
Autor: Wilhelm y Jacob Grimm 
Había una vez... una pareja feliz que desde hacía  mucho tiempo deseaban tener un hijo o una hija. Un día, la mujer sintió  que su deseo ¡por fin! se iba a realizar.
Su casa tenía una  pequeña ventana en la parte de atrás, desde donde se podía ver un jardín  magnífico lleno de flores hermosas y de toda clase de plantas, árboles  frutales y verduras maravillosas. Estaba rodeado por una muralla alta y  nadie se atrevía a entrar porque allí vivía una bruja.
Un día,  mirando hacia el jardín, la mujer se fijó en un árbol cargadito de  espléndidas manzanas que se veían tan frescas y tan deliciosas que  ansiaba comerlas. Su deseo crecía día a día y, como pensaba que nunca  podría comerlas, comenzó a debilitarse, a perder peso y se puso pálida y  frágil. Comenzaba a enfermarse.
Su esposo se preocupó y le preguntó:
—¿Qué te pasa, querida esposa?
—Ay —dijo—, ¡si no puedo comer unas manzanas del huerto que está detrás de nuestra casa, moriré!
Su esposo, que la amaba mucho, le respondió: 
—No permitiré que fallezcas, querida.
Cuando oscureció, el hombre trepó la pared, entró en el jardín de la 
bruja  y rápidamente cogió algunas de aquellas manzanas tan rojas, las fue  metiendo en un pequeño saco que llevaba y corrió a entregárselas a su  esposa. Ella, de inmediato, comenzó a comerlas con deleite saboreando  hasta el último pedacito. Eran tan deliciosas que al día siguiente  creció su deseo por comer más.
Para mantenerla contenta, su  esposo sabía que tenía que ser valiente e ir al huerto otra vez. Esperó  toda la tarde hasta que oscureció, pero cuando saltó la pared, se  encontró cara a cara con la bruja.
—¿Cómo te atreves a entrar en mi huerto a robarte mis manzanas? —dijo ella furiosa.
—¡Ay!  —contestó él—, tuve que hacerlo, tuve que venir aquí porque me sentí  obligado por el peligro que amenaza a mi esposa. Ella vio tus manzanas  desde la ventana y fue tan grande su deseo de comerlas que pensó que  moriría si no saboreaba algunas.
Entonces la bruja dijo:
—Si  es verdad lo que me has dicho, permitiré que tomes cuantas manzanas  quieras, pero a cambio me tienes que dar el hijo que tu esposa va a  tener. Tendrá un buen hogar y yo seré su madre.
El hombre estaba  tan aterrorizado que aceptó. Cuando su esposa dio a luz una pequeña  niña, la bruja vino a su casa y se la llevó. La llamó Rapunzel.
Rapunzel  llegó a ser la niña más hermosa de todo el planeta. Cuando cumplió doce  años, la bruja la encerró en una torre en medio de un tupido bosque. La  torre no tenía escaleras ni puertas, sólo una pequeña ventana en lo  alto. Cada vez que la bruja quería subir a lo alto de la torre, se  paraba bajo la ventana y gritaba:
—¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza de oro!
Rapunzel  tenía un maravilloso y abundante cabello largo, dorado como el sol.  Parecía de oro. Siempre que escuchaba el llamado de la bruja se soltaba  el cabello, lo ataba alrededor de uno de los ganchos de la ventana y lo  dejaba caer al piso. Entonces la bruja trepaba por la trenza de oro.
Un  día un príncipe, que cabalgaba por el bosque, pasó por la torre y  escuchó una canción tan gloriosa que se acercó para escuchar.
Quien  cantaba era Rapunzel. Atraído por tan melodiosa voz, el príncipe buscó  una puerta o una ventana para entrar a la torre pero todo fue en vano.  Sin embargo, la canción le había llegado tan profundo al corazón, que lo  hizo regresar al bosque todos los días para escucharla.
Uno de  esos días, vio a la bruja acercarse a los pies de la torre. El príncipe  se escondió detrás de un árbol para observar y la escuchó decir:
—¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza de oro!
Rapunzel dejó caer su larga trenza y la bruja trepó hasta la ventana.
—¡Oh, es así como se entra a la torre! —se dijo el príncipe—. Tendré que probar mi suerte.
Al día siguiente al oscurecer, fue a la torre y llamó: 
—¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza de oro!
El  cabello de Rapunzel cayó de inmediato y el príncipe subió. Al principio  Rapunzel estaba muy asustada al ver a un hombre extraño, pero el  príncipe le dijo gentilmente que la había escuchado cantar y que su  dulce melodía le había robado el corazón.
Entonces Rapunzel  olvidó su temor. El príncipe le preguntó si le gustaría ser su esposa a  lo cual accedió de inmediato y sin pensarlo mucho porque —además de que  lo vio joven y bello— estaba deseosa de salir del dominio de esa mala  bruja que la tenía presa en aquel tenebroso castillo. El príncipe la  venía a visitar todas las noches y la bruja, que venía sólo durante el  día, no sabía nada.
Un día, en su ascenso, la bruja le dio un  gran tirón en la trenza a Rapunzel y ella reaccionó cometiendo una  terrible equivocación; le preguntó: 
—Dime, ¿por qué eres tan pesada que me tiras del cabello, mientras que el príncipe sube hacia mí, rápido y sin hacerme daño?
—Niña perversa —gritó la bruja—, ¿qué es lo que escucho? ¡Así es que me has estado engañando!
En  su furia, la bruja tomó el hermoso cabello de Rapunzel, lo enrolló un  par de veces alrededor de su mano y, rápidamente, se lo cortó. Todo el  cabello de oro y las maravillosas trenzas cayeron al piso. Después la  bruja llevó a Rapunzel a un lugar remoto y la abandonó para que viviera  en soledad. 
Esa tarde, cuando oscurecía, la bruja se escondió en la torre. Pronto llegó el hijo del rey y llamó:
—¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza de oro!
Cuando  la bruja escuchó el llamado del príncipe, amarró el cabello de la pobre  Rapunzel a un gancho de la ventana y lo dejó caer al suelo. El príncipe  trepó hasta la ventana y cuál no sería su sorpresa cuando se encontró  con la malvada bruja en lugar de su dulce Rapunzel.
Ella lo miró con ojos perversos y diabólicos y le dijo: 
—Has perdido a Rapunzel para siempre. ¡Nunca más la verás otra vez.!
El  príncipe estaba desolado. Para colmo de su desgracia, se cayó desde la  ventana sobre un matorral de zarza. No murió, pero las espinas del  matorral lo dejaron ciego.
Incapaz de vivir sin Rapunzel, el  príncipe se internó en el bosque. Vivió muchos años comiendo frutas y  raíces, hasta que un día, por casualidad, llegó al solitario lugar donde  Rapunzel vivía en la miseria.
De repente, escuchó una melodiosa  voz que le era conocida y se dirigió hacia ella. Cuando estaba cerca,  Rapunzel lo reconoció. Al verlo se volvió loca de alegría, pero se puso  triste cuando se dio cuenta de su ceguera. Lo abrazó tiernamente y  lloró.
Sus lágrimas cayeron sobre los ojos del príncipe ciego. De  inmediato, los ojos de él se llenaron de luz y pudo ver como antes.  Entonces, feliz de estar reunido con su amor, se llevó a Rapunzel a su  reino, en donde se casaron y vivieron felices para siempre.
FIN