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martes, 31 de agosto de 2010

El bigote de Juan


El bigote de Juan

Texto: Elsa Calzetta
Imagen: María Laura Díaz Domínguez

Fuente: La biblio de los chicos


La familia de Juan era famosa por sus bigotes. Todos admiraban el bigote del abuelo y al del papá, quien presumía por su bigote renegrido. El de su abuelita era amarillo, a diferencia del de su mamá, que era rojo y ondulado, como un camino de hormigas. Pero, a decir verdad, el bigote más interesante siempre había sido el de Juan, espeso y gordinflón como un escobillón.
Una mañana de verano Juan se levantó y como todos los días quiso peinar su bigote mirándose en el espejo, cuando descubrió que entre la nariz y la boca no había un solo pelo. Corrió hasta su cama y revisó en la almohada, entre las sábanas, bajo el colchón, pero el bigote no aparecía. En cambio encontró una moneda redonda y brillante.
Todos sabemos muy bien quién deja monedas junto a nuestra cama. Sí, el Ratoncito Pérez.
Juan estaba decidido a recuperar su bigote y salió a buscar al Ratoncito Pérez.
Pasó por la verdulería. Vos debés saber muy bien cómo le decimos al señor que vende verduras. Sí, muy bien: es el verdulero.
—Señor verdulero, ¿usted sabe dónde vive el Ratoncito Pérez?
—No —dijo el verdulero.
Juan siguió su camino y entró en la carnicería.
¿Cómo llamamos al señor que vende carne? Sí, lo llamamos carnicero.
—Señor carnicero, ¿usted sabe dónde vive el Ratoncito Pérez?
—No —dijo el carnicero.
Y lo mismo ocurrió al entrar a la panadería, y luego en la pastelería.
¿Cómo se llama el señor que vende pan? Panadero.
¿Y el que vende pasteles? Pastelero. ¡Muy bien!
Juan estaba desesperado, porque nadie sabía dónde vivía el Ratoncito Pérez. Estaba a punto de llorar, cuando con una enorme bolsa repleta de cartas, se acercó el señor que las reparte casa por casa.
¿Y cómo se llama este señor? Sí, muy bien: cartero.
—Señor cartero, ¿usted sabe dónde vive el Ratoncito Pérez?
—Sí, Juan, y casualmente debo entregarle una carta…
Caminaron hasta un árbol bellísimo. El cartero se agachó hasta el timbre que estaba junto a la pequeña puerta, en el tronco del árbol y salió el Ratoncito Pérez.
Juan se quedó mirándolo embelesado. El Ratoncito se había hecho una peluca preciosa con su bigote. Y le quedaba tan bonita, que a Juan le dio mucha pena quitársela. Así que regresó arrastrando los pies y los brazos colgando, porque así caminaba Juan cuando estaba triste.
Al llegar a su casa vio a su familia esperándolo en la vereda.
—¡Tenemos la solución! —gritaban a coro—. ¡Trajimos al señor que vende bigotes!
El señor tenía una caja enorme con toda clase de bigotes.
¿Cómo se llamará el señor que vende bigotes? Sí, bigotero, muy bien.
Juan eligió un bigote espeso y pinchudo como un escobillón y con la moneda que el Ratoncito Pérez le había dejado, lo compró.
Todos volvieron a estar muy felices y gritaban: “¡Viva, viva, Juan tiene el bigote más lindo de la Argentina!” Y llevaron en andas a Juan por todo el vecindario.

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